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viernes, 12 de junio de 2015

DE LLEGAR A LOS 40 ROCKEANDO

He sido testigo de mil historias de Rock toda mi vida. He aprendido que todo músico que sueña con ser una estrella de Rock tiene ciertas etapas ineludibles: La primera de aprendizaje, de sufrimiento, de enojarse por no poder hacer la cejilla, de no poder sacar las canciones porque las técnicas son difíciles, de no poder seguir el ritmo, de que no suena igual. Es tal vez la etapa más hermosa, uno es niño, el mundo es bello y lo único que ocupa la cabeza es el sueño de brillar como los que lo hacen en la tele. De querer ser como los grandes, de soñar, de ver el mundo pequeño y dura un buen rato hasta que uno siente que ya está listo para salir al ruedo, para buscar un par de amigos y armar la banda que va a hacer sacudir este mundo. El sueño nubla la realidad de haber nacido en un país árido en cultura, en un país tropical en donde el rock es nada, es un capricho de jóvenes descarriados, de rebeldes. Dentro del sueño está el ímpetu de creer que todo se puede cambiar, que seremos grandes.

Comienza entonces el camino, se forma el proyecto y se le mete todo, ¡todo!, alma, corazón y vida, no importa aguantar hambre, no importa vivir en una pieza, no importa que los amigos comiencen a graduarse de ingenieros, arquitectos, médicos, abogados, salgan con sus novias, compren carros y casas a plazos y se endeuden durante años para restregarte en la cara que eres un desadaptado, que debes madurar. Esa etapa da fuerzas para seguir adelante y uno comienza a sentirse cómodo con los de su propia manada, su propio parche, el mundo se divide en dos, nosotros y “ellos”, los que no entienden, los que se entregaron al sistema, nosotros los artistas, los que vamos a cambiar el mundo con nuestra música. Y arrancamos a tocar en cuanto bar se pueda, a buscar espacios, a grabar con nuestro dinero, ahorra para comprar un instrumento no importa que sea Peavey, Texas, o Chino, que importa. Vemos como bandas de la misma ciudad avanzan y uno quiere avanzar también, algunos nos vamos a otros países, tocamos, soñamos, creemos que lo hemos logrado porque nos reseñan o nos invitan a algún fest.

Después viene la etapa más dura, la del cansancio, la de ver que han pasado los años y parece que nada se mueve, ya la creatividad no es la misma, algunos amigos se han retirado y por nuestra banda han pasado varias personas, se han conformado varias alineaciones, algunos ya tienen proyectos solistas porque no aguantaron el voltaje de tener una banda, se cansaron de que los demás no tengan las mismas ganas o que su trabajo solo los deje ensayar una vez cada quince días. Ya no se es tan fuerte y tan niño para aguantar hambre todos los días, el arriendo no espera, muchos deben conseguir trabajo y dedicarle al rock las noches o los fines de semana y así los ensayos comienzan a ser más pocos pero ya hay más dinero para financiar grabaciones y material que jamás nadie va a comprar. Se hace el último esfuerzo, se hace todo lo posible, se contrata un manager, se pagan servicios, se busca y se busca y ahí acaba todo.

Ese es el momento crucial, en el cual la mayoría después de los treinta tira la toalla, se sienten viejos y cansados y eso es lo que la sociedad les vendió, son tan idiotas para creer que a los 30 ya se es viejo, se creen el cuento, se someten, el rock es para jóvenes rebeldes, a los 30 ya eres grande y debes tener responsabilidades y todo queda como un gran recuerdo. Con suerte, algún día la banda se reúne nuevamente y hacen un Jam en un bar o como le sucede a la gran mayoría terminan odiando el rock, recordándolo como “con lo que perdieron el tiempo, el dinero y muchas más cosas” y comienzan nuevos negocios, emprenden otros caminos, o se cambian de ritmos, consiguen trabajos. Ese, ese es el momento en el que mueren los sueños y nacen los “ciudadanos”.

Pero hay un pequeño grupo de gente que no va a tirar la toalla, que entiende que la vida no es eso, y sigue adelante, con familia, con hijos, con necesidades y compromisos, sigue adelante para entender que el rock también es una opción de vida y si se acepta como es, entonces es fácil vivir en el rock y sobrevivir de él. Cuando se acepta que las necesidades básicas son las que se deben cubrir y que uno ya está poseído por la música, descansa el alma y el cuerpo también.

Para este punto, este puñado de personas ha descubierto formas alternativas para ingresar recursos así sea por el borde al sistema, tomar lo que se necesita y volver a salir, formas alternativas de modelos de negocio, ya se hace costumbre este estilo de vida y el rock retoma su puesto, se vuelve otra vez lo más importante, solo que ahora en lugar de pensar solo en uno, se piensa también en los demás y ahora ya se es lo que siempre se quiso, ya se vive del Rock, ya solo se dedica a la música, el sueño está completo.

Ahora se piensa en cambiar desde otras ópticas, desde la política, desde la sociedad, desde las fundaciones, es el momento en que las letras de las canciones comienzan a hablar de cosas más profundas, es el momento en que has tocado tanto que muy pocos pueden tocar así, es el momento en que hay dinero y vida para comprar o conseguir instrumentos, toques, viajes, etc.

Y se sigue siendo muy joven comparado con los grandes que lo están logrando. Cuando a los 40 se analiza la escena, jamás se quiere volver atrás, los jóvenes se ven como los que están aprendiendo, como los que tienen que pasar por este proceso y hay que echarles cuerda para que agarren y aguanten, en cambio se quiere tener vida para llegar a ser como las grandes bandas que vemos y escuchamos a diario, esos viejos sesentones y setentones que suenan como ángeles y demonios y que ocupan los estadios y corazones de todo el mundo, porque a los 40 ya no se es niño y se sabe que el rock es la vida no un pasatiempo.

Por eso, para los que ya llegamos a los cuarenta y seguimos rockeando, un saludo, mi respeto, para todos esos amigos que tengo que tienen mi edad, o más y siguen con el sueño intacto y buscando su camino en el arte, les dedico este mensaje de admiración, porque quien deja morir sus sueños está ya muerto en vida, someterse por necesidad a lo que toca es un suicidio. En cambio, sacrificar la vida y el alma por un sueño aunque duele y da momentos duros, al final la cuenta de cobro no es tan brava como para el que no lo hizo.

¡Hasta la muerte!

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