Yo era de aquellos colombianos que cuando estaba en el exterior, y así no me gustaran, le subía el volumen a los vallenatos solo para que supieran que yo era de acá, defendía a mi patria a pesar de que las noticias que llegaban eran solamente de muerte, mafia y destrucción, amaba a mi país y estaba muy orgulloso de él, lo dejé por mucho tiempo desde el año 1998 para regresar hasta el 2005, teniendo solamente una o dos visitas esporádicas para pasar unos días de vacaciones… a mí me sucedió lo de la película Volver al Futuro, en la que su protagonista regresó a una línea de tiempo diferente, yo dejé una realidad y volvía otra completamente extraña y ajena, la cual detesto de una manera muy visceral.
Hace unos días estaba haciendo las tareas con mi hija e nueve años en casa cuando escuché cinco disparos, cinco explosiones fuertes, mi hija temblaba del susto, los sonidos venían de la tienda que se ubica a una cuadra de nuestro apartamento, la tienda de fercho, un amigo, acababan de asesinar a sangre fría a un comerciante, otro más, su cuerpo estaba tirado mientras todo el mundo gritaba y contemplaba la escena, otros simplemente miraban o tomaban fotografías con el celular, porque acá la muerte es la normalidad, los sicarios hacen parte e nuestra cultura hace décadas, acá los inventamos, es uno de los productos de exportación de Colombia además de la coca, el café y el mal fútbol, ese que siempre pierde a pesar de que creamos que somos uno de los mejores equipos el mundo.
¿Cómo puedo volver a tener amor por mi patria? Quisiera de nuevo sentirme orgulloso de haber nacido acá por azar o por cualquier cosa pero sencillamente me es imposible, soy un hombre que trabajó arduamente por defender a los músicos e Colombia de tanta negligencia y deshonestidad en las instituciones, de los robos, de la miseria, lo hacía por amor y lo único que gané fue enemigos, porque el colombiano es así, enemigo de todos, todos se odian y ese calor humano del que tanto hablan los extranjeros cuando vienen de visita es una pantalla, un teatro que usamos para hacer sentir bien a todo el mundo, pero siempre hay un interés debajo de esa mascara de amistad, desde el 2005 comencé a sentir la traición, la decepción, el miedo y la forma de hacer las cosas en este país, e torné en un ser violento, amargado, quería hacer algo, quería contribuir a un cambio pero aprendí que mis enemigos más fieros eran aquellos por los que yo luchaba, me partió el corazón.
Cada día hay más muertes, más violencia, más corrupción y la gente está bien con eso, no les importa, miran hacia otro lado, ahora con esto de la pandemia es mucho peor, el gobierno como siempre ha sido inservible, solo dictan medidas pero no entregan ninguna solución, la gente está muriendo de hambre, prefieren salir y arriesgarse a que sean contagiados a dejar que sus hijos lloren por un pan en la noche, tengo más de 40 años y no poseo ni un centímetro de tierra en mi ciudad, en mi país, mi trabajo lo hago por fuera porque me han tratado mejor afuera que en Colombia, lo poco que le puedo ofrecer a mi familia no viene de un trabajo en Bogotá, viene de España, de Los Estados Unidos, de El Salvador, países en donde escribo y donde hago otras actividades, Colombia solo le pone la bandera a los que ya han triunfado, es un país aprovechado y hoy tengo rabia y frustración.
Pasan los días, pasa la vida y ese amor que le tenía se ha ido convirtiendo en odio, producto de cada decepción, de cada sueño truncado, de cada amigo traicionero, de cada noticia, de cada sin sabor, pero sobre todo de esa indiferencia y falta de empatía del colombiano por los demás, de esas doctrinas inherentes a esta cultura pícara que profesa con orgullo frases como “el vivo vive el bobo”, “A papaya puesta, papaya partida”, “Hecha la ley, hecha la trampa” y un sin número más de filosofías baratas que destruyen, pasan los días y veo que quienes viven bien acá son los corruptos y los ladrones y que la gente que en realidad trabaja duro está en estado de necesidad, quisiera volver a amar a mi país pero no puedo, no encuentro una sola razón, busco cada día volver a tener esa pasión desbordada del día en que llegué de regreso junto a mi esposa y mi hija recién nacida, prometiéndole que esto iba a ser genial, que mi país era lo máximo, solo para encontrarme de frente con el muro de la deshonestidad, la mentira, la hipocresía y la corrupción que hoy tienen ahogada a una patria entera, que ocupa los primeros puestos en pobreza, mala educación, corrupción, violencia, devaluación y otros trofeos que no son dignos de exhibir, pero en el fondo guardo la esperanza de que la gente va a despertar, lo más fácil sería irme, como dicen casi todos acá, la frase que cantan como un himno: “si no le gusta váyase”, una frase tan fría e ignorante como la misma mentalidad colectiva nuestra, es decir, que si no me gusta lo que hay, no puedo protestar, no puedo hablar, no puedo quejarme, así somos y punto, el que se queja o dice la verdad se convierte en el enemigo público número uno.
Entonces replanteo mi pensamiento y digo, ¿Será que me vuelvo un egoísta, un pícaro y un aprovechado para encajar? No lo creo, uno no puede escapar a su naturaleza y la mía no es así, como la de muchos colombianos que son buenas personas, inteligentes, curiosos, trabajadores, esos que viven eclipsados por las mafias, esos que viven siempre pobres rebuscando para un almuerzo, porque acá el doctor es el que tiene dinero y el maestro o el médico son sencillos trabajadores sin mayor importancia en la sociedad.
¿Cómo hacer para volver a amar a mi patria? Me gustaría saberlo, porque en este momento la estoy odiando y tampoco puedo irme.
Respecto a la música, siempre he pensado que el odio puede ser un motor creativo, hay muchos artistas que han usado este sentimiento, acompañado por otros como el dolor o la frustración para desintoxicarse de ese positivismo, de ese optimismo ciego que les impide a las personas ver la realidad y su estado deplorable.
El odio puede crear placer, porque al no guardarlo, al expresarlo se evitan las arcadas contenidas de rabia, se expulsa la ira y esto es igual de necesario que cualquier otra terapia, hoy, hoy estoy odiando a la música, pero más que a la música como un producto creativo estoy odiando a los músicos lo cual me hace repeler su creación.
Acabo de realizar un viaje en automóvil de ocho horas en plena pandemia, le di la oportunidad a quien me invitó y hacía de piloto de colocar todo lo que su personalidad costeña y altamente patriótica le dictara, por las bocinas pasó una larga lista de cumbias, rancheras, reguetón y otros ritmos de moda, populares, más comerciales que la cerveza y la verdad no disfruté absolutamente nada, un desfile de mediocridades que me dolía físicamente, pero lo más loco del caso es que cuando me dijo que colocara algo que me gustaba, no sabía que hacer, comencé por mis bandas favoritas pero quitaba cada canción a la mitad, después trate de mostrarle otras cosas más actuales y me aburría, fue en ese momento en que me di cuenta que estoy odiando la música, mi amor más grande, mi aire, mi escape, así como se odia a una novia que lo ha traicionado a uno y le ha partido el corazón, así estoy yo, hoy le dirían “la tusa”, ¿pero con que se cura la tusa de la música?, tal vez con el silencio.
Me puse a pensar, ¿por qué?, ¿por qué tenía este sentimiento?, ¿por qué prefiero el silencio a esas guitarras que tanto adoro? y me di cuenta que es por que fui traicionado por mi propia gente, porque los músicos que me rodean en su mayoría no son artistas, son mercenarios, son mendigos, en realidad no les importa la práctica artística, les interesa desayunar, y los sentí tan tontos, tan lejanos, aquellos a los que solía admirar ahora estaban al mismo nivel de los que suelo despreciar, los que consideré mis amigos ahora los repelo con desdén, con desidia, no me gusta, pero es un sentimiento sincero.
¿Qué hacer? En mi experiencia una tusa dura unos meses, se sufre mucho, pero al final siempre llegaba otra, otra que despertaba la ilusión de nuevo, que te enseñaba nuevas cosas, que te volvía a hacer sentir que estabas vivo, así se repetía el ciclo hasta que un día uno encuentra a esa que es, a esa persona que llena la vida de maneras impensables y al final, sigue siendo otra humana, sigue siendo también una mujer, en mi caso y ahí comienza la tranquilidad.
Por lo tanto, odiar la música en este momento es un acto de amor, porque no fue digna de mi pasión desbordada, porque lamentablemente me tropecé con prostitutas, así que voy a esperar a que esto pase, a conocer aquella que me vuelva a enamorar de los escenarios, los conciertos, los eventos, la vida de músico, es el acto de amor máximo, a pesar de tener el corazón destruido, siempre habrá una puerta para que algo nuevo entre a abrir las cortinas y decir “!Hey cabrón!, levántese, vamos a echar un chorro y a subirle a ese amplificador!