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martes, 15 de noviembre de 2022

El man del loro.


He podido ser testigo de primera mano de las diferencias sociales tan radicales y marcadas en Los Estados Unidos, no es algo nuevo, pero hoy en día hay una nueva clase social que se ha creado debido a los últimos acontecimientos como la diáspora venezolana y centroamericana, los caminantes y los buses que han enviado a ciudades “santuario” desde los estados fronterizos.


Esa clase social recién creada vino a reemplazar a las más bajas en la pirámide y está conformada por los migrantes indocumentados o incluso por quienes tienen visas pero no hablan el idioma Ingles y vienen a trabajar al país para ganar el dinero que no pueden ganar en Latinoamérica. En Los Estados Unidos fácilmente un empleo en limpieza, construcción, jardinería, restaurantes o cualquier oficio considerado “trabajo duro” puede dejarle al trabajador unos tres mil dólares al mes en promedio o más, sueldo que ni siquiera los profesionales podrían soñar ganar en centro y sur América en donde cada día la situación es más compleja, más paupérrima y que ha desembocado en miseria, violencia extrema y necesidad absoluta en casi todas partes.


Pero a estas personas las están tratando muy mal. No solo los blancos, protestantes, nacidos en Estados Unidos sino los demás grupos que una vez fueron minoría, esto incluye a los afroamericanos y a los asiáticos quienes anteriormente tenían ese papel en el país, hoy en día parece existir una “latino fobia” en las tierras de la supuesta libertad. Así he visto como varios son humillados, presionados y obligados a mantenerse en una especie de vergüenza y de perdida de la dignidad bajo el pretexto de “o haces lo que se te dice o te largas, o te denunciamos, o no te pagamos, o etc.” Sabiendo que por el dinero para mantener sus sueños o sus familias deben aguantarlo todo.


Ahí es donde entra en esta historia ese rubio, flaco, con sombrero vaquero estampado con la bandera de USA, cabello largo, típica pinta de gringo de película, de ese color leche que arrastra el inglés en una vocalización cansada. A él lo conocí en el hotel, estaba alojado en el mismo piso y todas las mañanas nos saludábamos, a mi me recordaba a Kid Rock, el rockero estrambótico. Este man era buena persona y todos lo consideraban buena persona hasta que un buen día se pegó una de esas borracheras olímpicas dignas de mención y la trabó con varios porros. El rubio aparecía por los pasillos del hotel con una sonrisa eterna, hablando solo, deambulando y dando tumbos de lado a lado con una pipa de marihuana que le ofrecía a todo el mundo.


Ah, pero es un rubio, el complejo de Capitán América estaba primando sobre la razón, así pasó un buen tiempo… deambulando por el hotel hasta que se hartaron y llamaron a la policía, la cuál lo abordó, lo llevó al hospital y al otro día lo soltó. Él, regresó al hotel por sus pertenencias aun cuando sabía que no podía hacerlo y dejó destruido el cuarto, tocó usar a cinco trabajadores para poder arreglar el destrozo.


Yo lo acompañé abajo en el mismo momento en el que estaba sacando un loro que a saber hacía cuanto había estado suelto en ese cuarto, cagándolo de piso a pared y que todos tuvieron que limpiar. “El loro se llama Bobby” me dijo, antes de que el supervisor del hotel lo amenazara con llamar de nuevo a la policía, así que abrió su app de Robin Hood en donde aún le quedaban algunos retazos de bitcoin para pagar un Uber.


Fueron al menos seis días… seis días.


Al día siguiente uno de los empleados del hotel, perteneciente a esta nueva y bajísima clase social que describo al principio, tuvo un pequeño altercado con un compañero y eso fue suficiente para echarlo, para sacarlo de acá. Para amenazarlo con deportarlo, con cárcel, etc. El no tenía loro como el man del loro, pero sobre todo el no era rubio, no hablaba Ingles y no tenía papeles. ¿A quién le pide ayuda un man de estos? Colombiano, acostumbrado a que no se le puede pedir ayuda a la policía en su país porque son los mismos asesinos y cómplices de los asesinos. 


Así que se fueron dos, el colombiano por nada y el man del loro, tranquilo, en su camioneta, con sus juguetes, tal vez a destruir otro hotel en donde otros cinco pendejos que han venido del infierno van a tener que limpiar sus caprichos.


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