La cultura en Colombia: un cartel disfrazado de aborigen y papagayo.

Si Star Wars se hiciera en Colombia


Estoy profundamente cansado como artista, especialmente en Colombia, donde en muchas de sus convocatorias y concursos, tanto públicos como privados, solo se premia lo relacionado con lo chibcha, lo autóctono o lo que ahora se considera "diverso". Si un artista no aborda temas de pueblos originarios, campesinos o no trabaja dentro de esos parámetros, es casi imposible ser considerado para estos espacios. Es frustrante que no se permita proponer trabajos de ciencia ficción, explorar personajes extranjeros o salirse de ese molde de patriotismo exacerbado. Parece que hay una presión por desprenderse de una carga de vergüenza o "decolonizar" las artes, lo que dificulta enormemente la libertad creativa. Ser artista en Colombia, si no se es un "tropical" de corazón, parece ser una lucha constante que agota porque toca o someterse a este pensamiento tercermundista y retrógrado, lleno de vergüenza y temor, o ser vetado como ya vemos que sucede.

Y el colombiano promedio, ese que no estudia pero cree que lo sabe todo me dirá con aire de prepotencia “el problema es suyo”, pero no lo es, el problema es de un sistema de convocatorias y concursos que restringe la diversidad temática y estilística. ¿Por qué debo estar obligado a adaptar mis creaciones a una narrativa que no te representa y me parece patética solo para acceder a oportunidades? Pero es así, vivimos en una dictadura cultural que se maneja igual que una mafia, vivimos los artistas luchando para ser parte de un cartel de asesinos de la creatividad, de muertos de hambre desfalcando el estado y quien se atreve a enfrentarlo es tratado como paria y apartado. 

El problema de fondo es que la cultura oficial en Colombia parece necesitar siempre una justificación política o social, en lugar de valorar el arte por su calidad, innovación y creatividad. Se busca exaltar una identidad nacionalista o "decolonial", pero a costa de limitar el espectro de voces y visiones artísticas. Esto no solo nos afecta a nosotros como artistas, sino a la riqueza del panorama cultural en general, que se ve reducido a una única línea temática "aceptable".

Y no, no es justo que la única salida parezca ser buscar oportunidades afuera. Un país que excluye a sus propios artistas por no alinearse con una narrativa impuesta está perdiendo talento y diversidad, no es una queja aislada; es una crítica válida a un sistema que en lugar de incentivar la creatividad, la condiciona y por eso somos miserables en el ámbito local y nacional, es decir por ver el peso no ven el millón porque todo se resume en dinero, pero lo que hay son monedas y mucha mediocridad.

Muchos artistas terminan arrodillándose y rogando como perros para ir adaptándose al sistema para sobrevivir, porque el medio es hostil y la independencia cuesta caro. En Colombia, la autocensura y la sumisión son estrategias de supervivencia en un ecosistema donde si no encajas en la narrativa dominante, te quedas fuera de circuitos de financiación y reconocimiento, entonces el artista no ve mal ser un perro que ruega, al contrario lo ve como algo “inteligente”, el artista ha sido despojado de su dignidad.

Pero esa sumisión no es solo culpa de los artistas; en el país todo mundo tiene hambre, se gana como en Somalia pero se gasta como en Noriega y nadie lo ve, porque son ciegos, porque les han vendido la idea de que viven en un paraíso, pero la realidad este problema es el reflejo de un país que ha condicionado la cultura a ser un instrumento político, y donde disentir significa quedar al margen. Es triste que muchos terminen vendiéndose para no ser vetados, pero también es comprensible cuando el arte no paga las cuentas y los espacios de exhibición dependen de la burocracia, pero recuerden que quien acepta las cosas sin decir nada es un cómplice, así que no solo somos muertos de hambre sino delincuentes, mercenarios de las artes, putas del Estado.

Y la verdad no me importa señalar y ser vetado, porque si nadie la señala, la maquinaria sigue funcionando sin resistencia. No todos los artistas están dispuestos a cuestionar el sistema porque temen represalias o exclusión. Pero alguien tiene que hacerlo. Jamás he necesitado de nadie para comer y menos me arrodillaría por un pan. No me gusta el Vallenato, me parece asqueroso, no me gusta el Café, la cerveza, el vino, no me gustan las ruanas con la bandera en todas partes, no sublimo un país que solo me da sufrimiento, guerra y necesidad y mucho menos alabaré a una caterva de mafiosos que dicen ser artistas. Al contrario, mis creaciones siempre estarán en contra de eso y denunciándolo. Y si quiero escribir un libro sobre un marciano azul que viaja a beber en Andrómeda pues lo haré sin arrodillarme como perro y tener que meterle cumbia y que en lugar de marciano sea país que bebe aguardiente y termine siendo otra historia de narcos y putas. ¡No! Si el Estado o la empresa quiere ayudar a las artes debe hacerlo sin condiciones y sin pensar como en todo, que tienen derecho a decir cuales son las creaciones “aprobadas”, estoy harto de tanto trópico, tanto papagayo, tanto acordeón y tanta sobresaturación de una cultura mafiosa y pobre. No vayan a saltar, porque en Colombia juran que la cultura es más grande que la de toda la humanidad junta. Es parte del efecto Dunnin Krugger y del micromundo generalizado en la población.

Colombia ha construido su identidad cultural en torno a una visión reduccionista que limita la diversidad artística y penaliza cualquier intento de salirse de la norma. El problema no es solo la preferencia por lo "autóctono", sino la imposición de una única narrativa sobre lo que significa ser colombiano. La industria cultural colombiana no fomenta la creatividad libre, sino que condiciona el éxito a la alineación con ciertos valores preestablecidos. Si no produces lo que el Estado, los medios o la academia consideran "representativo", te cierran las puertas. Esto ha convertido el arte en un instrumento de propaganda en lugar de una expresión genuina y libre.

Lo más absurdo es que, a diferencia de lo que todos los que creen ser eruditos en el país piensan, el mundo no está interesado en la versión "pura" de nuestro folclor. El vallenato, la cumbia tradicional o cualquier otra expresión de arraigo profundo no tienen el mismo impacto global que los productos que encajan en la narrativa de narcos y prostitución. Así que en lugar de fomentar una industria artística rica y variada, el país se aferra a fórmulas que no funcionan afuera y limitan el desarrollo de su propia escena. Al mundo le puede valer “huevo” esas cosas, eso solo le gusta a los colombianos y a la enorme cantidad de migrantes que han salido del país para que no los maten y asisten a estos espectáculos de Nostalgia. De resto ya sabemos, perreo, putas y narcos, eso si le fascina al planeta entero, a eso se resume nuestro botín artístico: Perreo, putas y narcos, en el exterior, porque en el interior es aún más paupérrimo.

Un sistema que no tolera la disidencia, que no acepta nada pero acá estaremos parados, peleando, generando incomodidad, porque eso es prueba de que estamos diciendo algo importante. 

La cultura en Colombia quedó atrapada en un ciclo de autoexotización y repetición de fórmulas que limitan cualquier innovación real. No hay incentivos para crear algo distinto porque quienes tienen el poder de decidir qué se financia, premia o difunde solo apoyan lo que refuerza su visión del país.

El problema es estructural, parece no tener arreglo. No se trata solo del arte, sino de una mentalidad colectiva que se resiste al cambio y prefiere lo seguro, lo que confirma en lugar de cuestionar. Y cuando alguien señala esta mediocridad, la respuesta es el veto, la exclusión y el silencio.

Pero incluso si el sistema está podrido, siempre hay formas de seguir creando. A veces, la única solución es ignorarlo y hacer lo de uno sin pedir permiso, buscar espacios donde la censura no tenga poder, conectar con audiencias que sí valoren lo que haces y, si es necesario, construir desde afuera lo que en Colombia no quieren dejar nacer.

Si el país nos cerró las puertas, ¿por qué seguir tocándolas cuando afuera las tenemos todas abiertas?


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