Pero también es curioso cómo opera el destino. Si el impacto de un asteroide fuera inminente, la élite corrupta encontraría la forma de salvarse, mientras que los mismos de siempre, los de a pie, los olvidados, pagarían el precio. Tal vez ni siquiera se necesite un asteroide; en muchos sentidos, Bogotá y el país entero ya han sido golpeados por meteoritos invisibles: el hambre, la desigualdad, la desesperanza.
Y no ha sido solo uno, sino una lluvia constante de meteoritos disfrazados de corrupción, violencia, pobreza, impunidad y una clase política que se perpetúa como un virus. Cada uno ha dejado cráteres en la sociedad, en la gente, en la esperanza de un futuro mejor.
Quizá la verdadera tragedia no es que un asteroide pueda caer, sino que ya hemos sido impactados tantas veces que apenas nos sorprende. Y eso de “seguir adelante” muchas veces no es más que positivismo tóxico, una venda en los ojos para no enfrentar lo podrido del sistema. Nos venden la idea de que “a pesar de todo, somos felices”, como si la miseria fuera algo digno de orgullo. Nos dicen que el colombiano es “echado pa’ lante”, pero en realidad es un mecanismo de supervivencia en un país que te exprime hasta la última gota.
El problema es que ese positivismo se vuelve una excusa para que nada cambie. “No importa que haya corrupción, pobreza y violencia, porque la gente sigue sonriendo.” Como si reírse o salir adelante fuera suficiente. Como si eso justificara la injusticia.
Tal vez el verdadero asteroide no sea el que viene del espacio, sino el que ya impactó y nos dejó en este ciclo eterno donde nada cambia porque nos enseñaron a aguantar en lugar de exigir.
El asteroide ya ha caído muchas veces nenes… #ellupanar #elinodoro #porquenofuisueco