Muchos años empujando la montaña: una vida entre guitarras, archivos y preguntas


Hoy cumplo un montón de años y quería escribir sobre esto y sobre subte para compartir fotos de la noche demente de ayer.

Mientras escribo estas líneas, intento que no sea la nostalgia quien dicte el ritmo de las palabras, sino la reflexión. Porque cuando uno ha vivido media vida con el corazón puesto en un proyecto tan enorme, tan complejo y a la vez tan invisible como lo ha sido Subterránica, mi música y todo lo que he disfrutado hacer es muy complejo, estoy abrumado, llegar a esta edad no es simplemente celebrar un aniversario: es mirarse en el espejo y preguntarse con honestidad brutal:

¿Cuánto más puedo aguantar? Jamás, nunca, en mis sueños más profundos pensé llegar acá, sobretodo por el ritmo de vida. Se siente antinatural.

¿Cuánto más puedo aguantar? No es una pregunta que nace del cansancio físico (aunque también), ni de la frustración pasajera. Es una pregunta que carga décadas de caminar contracorriente en un país que nunca ha sabido qué hacer con su cultura si no está pegada a la farándula o al amiguismo burocrático. En Colombia, quien decide hacer las cosas por amor, por convicción o por terquedad ética, lo hace siempre a pérdida.

He vivido la historia del rock colombiano desde adentro, no como académico externo, sino como músico, como periodista, como archivista, como testigo y como protagonista. No necesito estudiar la historia: la he recorrido con los pies, la he grabado con micrófonos prestados, la he preservado con mis propias manos y mis propios recursos. Cada premio Subterránica entregado, cada banda entrevistada, cada rincón del Museo del Rock Colombiano levantado con lo poco que se tenía, cada concierto que he tocado, ha sido un acto de resistencia cultural. No desde el púlpito, sino desde la trinchera.

He escrito desde la crónica visceral, desde el periodismo gonzo, desde la etnografía viva, porque no podía hacerlo de otro modo. Esta tesis de vida —y de investigación también— no puede disociarse de mi experiencia personal. Sería un absurdo, una traición a la verdad. No soy un curador externo de un fenómeno cultural: yo he sido parte de él, con todo lo que eso implica, desde la emoción hasta la decepción. Y como en la buena música, no hay filtros: hay verdad, acordes disonantes, pulsos acelerados, silencios incómodos.

Pero hay días en que uno siente que empuja una montaña solo. Que cada logro se borra con la indiferencia institucional. Que cada batalla ganada en la escena independiente se estrella contra el muro de la ignorancia estructural. Intenté que los Premios Subterránica fueran reconocidos como Patrimonio Cultural de la Nación, no para inflar egos, sino para preservar la historia. Y lo que encontré fue la realidad que muchos otros conocen: la cultura no importa si no genera réditos políticos o personales a quienes están en el poder. Lo demás es folklore de papel.

No quiero que esto suene a derrota. No me estoy despidiendo.

Pero sí estoy diciendo que cansa. Cansado de que la vida del artista, del gestor, del creador comprometido, sea una lucha permanente contra el silencio y el desprecio. Cansado de construir para todos y recibir apenas migajas de escucha. Cansado de ver cómo la memoria se desvanece mientras el ruido superficial lo ocupa todo.

Cumplir tantos años debería ser una fiesta. Hoy es una pregunta abierta.

¿Qué se espera de mí ahora? ¿Que siga dando? ¿Que me reinvente otra vez con otro nombre, en otro país, con otro modelo cómo cuando vine de El Salvador o lo hice en USA? ¿Qué más quieren? ¿Qué más puedo?

A veces siento que he entregado lo mejor de mí y que este país —y su sistema cultural— no sabe qué hacer con eso. A veces me pregunto si estoy manteniendo con vida algo que otros ya dieron por muerto. Pero luego pienso en las bandas que descubrieron su voz gracias a este espacio. En los artistas que encontraron en Subterránica un refugio, un impulso, una comunidad. Y en ese momento, algo se enciende otra vez.

No sé qué pasará mañana. Tal vez este artículo quede como una carta en una botella lanzada al mar. Tal vez alguien lo lea y comprenda que detrás de cada festival independiente, de cada podcast sobre rock, de cada publicación olvidada en una red social, hay un ser humano que no solo ama lo que hace: que lo necesita para respirar.

Hoy cumplo este montón de años...

Y sigo tocando. Sigo escribiendo. Sigo soñando con una escena que valore su historia, que entienda que la cultura no es un adorno, sino una columna vertebral. Sigo, aunque más lento. Sigo, aunque más solo. Pero sigo.

Y mientras me dure el aliento, seguiré preguntándome con música, con memoria y con coraje:

¿cuánto más puedo? Y por qué, a pesar de todo, aún quiero.


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