Me indignan los indignados...


Ya se ha convertido en costumbre en los últimos años indignarse y ofenderse, son gente carente de educación o al contrario supremamente educada. E indignarse no está mal; lo que sí lo está, en niveles que rayan la estupidez, es indignarse por las cuestiones equivocadas.

La gente no se ha dado cuenta de que las minorías son usadas como antes lo fue la religión. Como la religión perdió tanta fuerza, ahora usan a las minorías como marketing emocional para indignarlos y así conseguir mover la moral y manipularla. ¿Y qué consiguieron? Que personas radicales con poder estén destruyéndolas, como pasa en EE. UU. con Trump actualmente. Porque llegaron a tal punto que, buscando igualdad, pusieron a competir en deportes a mujeres que nacieron hombres y, en boxeo por ejemplo, casi matan a algunas competidoras; y en cárceles de mujeres, cientos fueron violadas por hombres que hicieron la transición.

El mundo es tan loco que si yo quiero que me corten un brazo porque lo tengo repetido estoy loco, pero si quiero que me corten los genitales para volverme mujer me felicitan y me dan subsidio. E igual no está mal, cada uno puede vivir su vida con libertad si quiere, pero no debe convencer a los demás de que tienen que aceptarlo. Usted puede creer que es un hongo o un niño de cuatro años si quiere, pero no debe convencer a alguien de que tiene el derecho de jugar con los hijos de cuatro años de los demás solo porque en su cabeza eso está bien.

Entonces me indignan los indignados, me ofenden aquellos que quieren ser respetados por diferentes pero no respetan al diferente. ¿Y si se pregunta quiénes son? Es fácil: si usted ya está indignado de leer hasta este momento, usted es parte del problema.

Mi apellido es Szarruk, viene de la línea materna de mi familia, originalmente Zarruk, que es un apellido de palestinos cristianos que salieron huyendo de la guerra apenas dos generaciones atrás. Por la migración, algunos somos estadounidenses, otros salvadoreños y otros, los más desafortunados, colombianos. Y sí, es una calamidad nacer en un país que solo entrega corrupción, violencia, pobreza y muerte, y en el que todos, en su cabeza, creen vivir en un paraíso. Me indignan esos ciegos ignorantes que solo miran el pico de la Sierra Nevada y la cantidad de sapitos que tenemos para tapar la realidad.

Y esos mismos son los que salen cada día a defender a Palestina, cuando Colombia está comiendo mierda. Se indignan con lo que sucede en Palestina y claman que están bombardeando niños, como si aquí no recogiéramos los cuerpos de cientos de niños al año asesinados. Se indignan por la hambruna como si acá no estuviéramos muertos de hambre, sin trabajos porque los trabajos son para los amigos, todo es corrupto. ¿De qué se indignan? ¿Creen que un concierto en donde gastan tres mil millones de pesos cambiará algo? ¿Por qué no mandan esos tres mil millones a Palestina para que ellos compren comida o armas para defenderse?

Los indignados, generalmente, son cobardes. Entonces me indignan los indignados porque en su mente creen que siempre tienen la razón y la defenderán hasta la muerte, aunque sea una estupidez. Pero es su derecho, es su derecho indignarse y ser estúpidos, y hay que defender ese derecho a muerte porque todos somos libres. Pero mi derecho a indignarme con los estúpidos también es igual de válido.

¿Ven la paradoja? Este mundo jamás será algo bueno porque nadie piensa en el “todos” sino en el “uno”.

Existe una paradoja filosófica que viene como anillo al dedo a esto que estoy escribiendo. El filósofo Karl Popper la publicó en su libro La sociedad abierta y sus enemigos en 1945. Dice que “la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia”. Si una sociedad admite sin límites a los intolerantes, permite que estos destruyan esa misma tolerancia. Popper señala que solo defendiendo activamente el derecho de no tolerar a quienes promueven la intolerancia se protege la apertura y la libertad.
Que difícil ¿no? parece que la naturaleza humana siempre será destruirnos

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