¿Amar u odiar a Colombia?


Ni siquiera soy colombiano, soy de Chapinero… no creo que se pueda ser más colombiano que eso. Yo era ese colombianito que estando en el exterior y odiando los vallenatos, los colocaba a todo volumen solamente para que la gente dijera “ah, miren el colombiano”. Me encantaba, me había tragado entero ese cuento que nos vendían de que somos el país más lindo del mundo, el más feliz, la potencia mundial de la vida, “el riesgo es que te quedes” y tantas estupideces que nos repiten como canción de Maluma para instalarla en la cabeza. Y eso que eran los tiempos de Pablo Escobar, en donde uno no podía ni ir al cine por miedo a que explotaran la sala con un carro bomba. Yo amaba esta finca, este bar de mala muerte… pero ya no. Abrí los ojos y la odio, odio a mi patria con todas las fuerzas de mi alma.

Y antes de que el colombiano promedio vaya a saltar en su ego y su micromundo, a vociferar los mantras como “si no le gusta, váyase” y tantas frases altamente intelectuales que escupen, déjenme argumentar por qué odio a esta tierra fallida, comenzando primero con que mejor replanteo mi título y lo cambio de “odio a mi país” por “odio a la gente de mi país”, que creo le calza mejor a este memorial de agravios.

Yo no odio a Colombia por las constantes masacres, asesinatos, robos, atracos y violencia desbordada, no… tampoco la odio por sus políticos ignorantes que hablan incoherencias, que se creen emperadores y mesías y que nunca han logrado nada. Nacimos como la patria boba y ya vamos como en la patria estúpida. Pero no odio a Colombia por eso. Tampoco odio a mi país, si es que se le puede llamar así, por la corrupción que ha carcomido todas las estructuras básicas de la sociedad y porque vivir acá es un infierno, un martirio. Y no la odio por todas las cosas horrendas, violentas y paupérrimas en las que somos número uno en el mundo. Para nada. Yo odio a Colombia por su cotidianidad, porque vivir acá como ciudadano es una miseria, es realmente agotador, y me di cuenta de que si uno no es torcido, traqueto, ladrón, político corrupto, o cualquier profesión corrupta, si no usa la filosofía puerca de “a papaya puesta, papaya partida”, “hecha la ley, hecha la trampa”, “¿Cómo voy yo?”, “el vivo vive del bobo”, y todas esas frases que el colombiano usa para sentirse inteligente pero que lo ponen al nivel de un chimpancé, entonces no se puede vivir acá.

¿Llegó hasta este punto de la lectura? Interesante, acá nadie lee. Un TikTok es una afrenta intelectual. Acá todos se las saben todas, son unos genios que saben cómo ganar el partido, la cura a todas las enfermedades, la salida a todos los conflictos del mundo, saben cómo arreglar Palestina pero no cómo arreglar la casa, y son todos genios bajados del Olimpo que adquieren su conocimiento por un rayo mágico mientras están en el baño. 

Como les decía, odio a esta patria —si es que esto es patria— por lo que me toca a diario, por las cosas que me afectan a mí como ser humano y a mi familia, y que no deberían, porque en ese librito de chistes que venden en el centro, en las aceras, llamado “Constitución”, hay muchos derechos que se pasan por donde nunca les llega el sol. Y les cuento… porque yo miro a mi alrededor y veo como drogadictos en un viaje astral, hippies ciegos que no se dan cuenta de que esto es una miseria, y sencillamente no lo entiendo.

Le cambiaron el nombre al rebusque por la palabra “emprender”, porque conseguir un empleo por meritocracia es imposible; si no es con “palanca” o amañando, entonces no se puede. Un país con la peor educación del planeta Tierra, más cara en proporción que Yale o Harvard, le tuvo que poner una palabra linda a morirse de hambre… “emprender”, para que los pendejos creáramos empresas que no dan un peso y que la DIAN nos persiga por los impuestos. Emprender no existe, es solo otra artimaña para robarnos. Tengo un doctorado, una maestría, dos carreras, ¿y de qué sirvió? Me sirvió para poder pensar y salirme del grueso de ignorantes que componen el país, pero acá, a los 20 años, uno es un jovencito inocente que no sirve para nada porque aún no tiene conocimientos, y a los 50 ya se es un anciano que tampoco sirve. Menos los políticos y corruptos, esos hps sí pueden trabajar hasta los 200 años succionándole al Estado. Ese Estado puerco y rosquero. Conseguir un trabajo decente en este país no es posible. Punto.

Entonces yo entiendo a todos los muchachos que salen a robar, matar y atracar. ¿Para qué joderse? ¿Para qué estudiar? ¿Para ser un perro muerto de hambre en un país donde gente sin saber sumar o hablar, como lo vemos a diario, gana sueldos de 40 o 50 millones mensuales haciendo absolutamente nada? Odio a Colombia por eso. A Colombia le vale huevo el ciudadano, porque Colombia no es una palabra que representa un país, sino que representa un feudo capitalista con unos pocos personajes que, apenas si son bachilleres, son los dueños del país por herencia o por sangre. Ah, porque eso es otra cosa: acá estudiar da pena, ¿no? “Titulitis”, le llaman en los periódicos. Alimentan la ignorancia, premian a los portales de noticias falsas y le pueden a uno acabar el nombre a punta de chismes, y la justicia no hace nada. Odio a Colombia por eso.

Odio el maldito y corrupto sistema judicial, jueces comprados, torcidos, policías delincuentes y abusivos, todo eso lo odio. Cada tutela, cada derecho de petición, cada demanda es resuelta a favor de los narcos, de las empresas, de los emperados. Los jueces no tienen moral ni conocimiento más allá del adquirido en una universidad de tres pesos que les vendió el título. Odio que no se pueda hablar con ellos, que no exista un solo lugar en donde ir a quejarse, que todo el mundo sea bravísimo por redes pero cuando uno responde con violencia salen a llorar detrás de la mamá, y si no, salen a asesinar al que los “ofendió”, plata o plomo, la frase que nos dejó nuestro santo. Odio tener que vivir en un país tan corrupto en donde hasta la música es corrupta. Detesto, me da asco saber que todo en este lugar está torcido. ¿Quién nos escucha? Nadie. Pero cuando la gente harta toma la justicia en sus manos, ahí sí es un escándalo. Un país en donde la justicia es solo para el que la puede comprar o cuando un caso es mediático. Es una alcantarilla.

Odio la vida diaria, odio ver que los esclavos sumisos creen que vivimos bien, comiendo purina del D1 y del ARA porque no alcanza para más. Los gastos de una familia de cuatro personas para vivir medio bien, ni siquiera de manera digna, alcanzan los 12 millones de pesos, no lo digo yo, lo dice el DANE. Una ida a la tienda por tres cosas son 70 mil pesos, un almuerzo, una cena decente son cosas que ya no se ven. Pagamos por electrodomésticos y autos tres o cuatro veces lo que valen afuera, pero ganamos casi como en Haití. Un televisor de 100 dólares en Walmart acá vale 500 dólares, con la diferencia de que el sueldo mínimo allá son 21 dólares la hora y acá son 21 dólares a la semana. Es sencillamente estúpido, y nadie lo ve, porque todos están adoctrinados. Odio a Colombia porque me toca comer como perro aun ganando dinero, aun trabajando tres personas en la casa. Hasta mi pobre hija de 21 años ha tenido que meterse a esos estafaderos llamados call centers, en donde explotan a los muchachos y nadie les hace nada.

Odio a Colombia porque mi esposa extranjera ha tenido que enfrentar durante 20 años a la corrupta Cancillería, pagando multas y sacando visas con precios exagerados. Mi esposa, la madre de dos colombianas. Mientras que a mis amigos de Venezuela les dan la visa gratis, ayudas, becas, etc. Este es un país de mierda que prefiere ayudar a los de afuera que a los de acá. ¿Palestina? Yo soy palestino, crecí en casa de mis abuelos comiendo hummus y kebbe, entonces ayúdenme a mí, perros, ese oro dénmelo a mí para alimentar a mi familia, esos 3500 millones de pesos que se gastan en cada ridículo concierto por Palestina dénmelos a mí para tragar o para hacer algo de verdad. Se acostumbraron tanto a robar que lo ven bien, y el que no lo hace es un imbécil. Odio, detesto a Colombia por eso, por no tener ni con qué tragar mientras los puercos nadan en billete. Un país sin pensiones, sin seguridad social efectiva, un país que trata a su gente como cerdos.

Odio a mis colegas porque cuando uno quiere construir lo destruyen, cuando uno quiere denunciar lo destruyen, odio la falso-didactia de los habitantes de esta tierra, odio que repiten como loros las ideas vacías y banales de los pseudo-intelectuales y eso me afecta, que toman como verdad cualquier idiotez, cualquier nimiedad de los políticos y genios de las instituciones. Odio este país porque me vetó de estar en la política por los malos procesos judiciales, que me vetó de estar en la artes por denunciar a los corruptos, que me tiene comiendo mierda como una mosca en un gran bollo en donde vivimos 50 millones de esclavos.

Odio a Colombia por la maldita EPS y su sistema puerco y corrupto de salud, en donde el vigilante es el médico y los médicos son altivos, prepotentes y salvajes. En donde nunca hay agenda, en donde nunca hay medicamentos, en donde uno tiene que rogar y la imbécil de turno te dice “ya te colaboro”. ¿Ya te colaboro qué? Haga su trabajo, cumpla el contrato. Odio a Colombia porque uno gana las tutelas y la EPS las desacata, y el juez puerco untado de billete después decide sin sanción. La EPS colombiana es el peor sistema de salud del planeta Tierra, y el que piense lo contrario es porque tiene medicina prepagada o porque no se ha enfermado y le ha tocado enfrentar ese calvario. Odio este país, me llena de ira.

Odio a Colombia por los colombianos, esos que dicen que son buenas personas, pero el colombiano es traidor y ególatra. Las peores traiciones que he recibido en la vida fueron de supuestos amigos. Acá la gente es buena persona, sí, pero con el extranjero rubio, con el que tiene dinero. Pero ¿somos buenas personas con los venezolanos, por ejemplo? ¿Con la gente del Chocó? El colombiano no es buena gente, es un parásito manipulador que se arrima a lo que le conviene. Acá no existe amistad sin interés, el colombiano promedio vendería a su propia madre por tres pesos. Acá no hay amigos, hay momentos. No hay deudas, nadie dice “este me debe”, todos dicen “este me robó”. Somos una raza despreciable de gente sin empatía. Odio a Colombia por eso.

La odio por su mediocridad, porque le clavan la bandera al que ya triunfó afuera. El titular es “científica colombiana triunfa”, cuando de colombiana solo tiene los seis años que vivió acá antes de salir corriendo porque a su papá lo masacraron enfrente de ella. No, señores, nacer en un país que lo desprecia a uno no lo hace colombiano. Como dijo mi amigo Schopenhauer: «Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de qué pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso: vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad». Amo a Shope, supongo que era el que siempre dañaba las fiestas, el que le daba su dosis de realidad a los “believers”.

Pero lo que más odio, lo que más detesto, lo que me revuelve las entrañas hasta el punto de vomitar, es que no conozco un solo colombiano que no se pinte de victima después de traicionar o cometer un error, o de buscar una pelea que le es respondida. No conozco un solo colombiano que no se esconda en su propia estupidez cuando debe aceptar que lo que hizo está mal. Acá todo el mundo tiene la razón, todo el mundo se las sabe todas, todo el mundo sabe arreglar los problemas del universo pero no los de cada uno. Eso, eso en realidad es lo que me hace odiar con toda el alma a las personas que habitan el lugar en donde me tocó nacer. 

¿Aun leyendo, aún por acá? 

Y lo peor de todo es todo el que lea esto pensará que es un discurso de odio, pero están tan equivocados, porque si fuera un discurso de odio ya me hubiera largado. He podido vivir en muchos países de esta tierra, algunos más tiempo, otros no mucho, algunos mejores que acá, otros igual de puercos. Pero les pregunto: si usted tiene una hija o un hijo que se destruye, ¿qué hace? ¿Mira para otro lado y dice “está bien, qué lindo drogadicto ignorante el que criamos”? No creo, ¿verdad? Cuando uno ama, uno ayuda. Si a mi hija, por ejemplo, la veo mal, desesperada, con hambre, la ayudo… así es Colombia, hay que ayudarla. Pero mientras todos crean que este inodoro es un paraíso, no hay nada que hacer. Como el drogo, que tiene primero que aceptar que está mal para pedir ayuda. Esto no es un discurso de odio, es un discurso de amor, porque aún me interesa.

Y aun con todo ese maldito odio que cargo por dentro, teniendo dos pasaportes y muchas visas de trabajo, no me largo, porque esta letrina es mi casa, me pertenece, es mía y nadie me puede echar. Pero eso no quita que vivir en este hoyo sea un infierno para casi todos y un paraíso para los torcidos, un Disneylandia para los hijos de puta, y estoy cansado de eso. Y va a llegar el punto en el que el hastío, el cansancio, se haga acción, porque no todo el mundo aguanta de manera tranquila tanto abuso, tanta inoperancia, tanta hambre. Odio a Colombia, y ese odio seguirá siendo el motor para que acá, desde mi trinchera de las letras, siga denunciando, peleando, gritando, porque este desierto en donde nunca ha cesado la horrible noche algún día pueda ser un lugar decente. Pero para eso, habría que acabar con los corruptos y muertos de hambre que roban para almorzar, y eso, señores, lamentablemente representa al grueso de los colombianos.

Odio tener que luchar por vivir dignamente en nuestro puerco “paraíso”.


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